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¡Buen día a tod@s!

"No temas, cree solamente"

El temor impide la acción. A veces, estamos más centrados en nuestras debilidades, que en nuestras fortalezas. Si enfrentamos cada desafío con fe y andamos convencidos de que Dios camina a nuestro lado, la fortaleza interior aumentará y la certeza hará que nuestras acciones nos impulsen a crecer y a avanzar. Si Jesús reina en tu vida, el temor y la angustia dan paso al gozo y la confianza. La fe que persevera siempre verá fruto.

¡A por hoy creyendo!

La humildad

“Nada hagáis por rivalidad o por vanagloria; antes bien en humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a sí mismo”. (Filipenses 2:3)
 
El día estaba frío y sombrío. Washington, saliendo de sus oficinas, se puso su abrigo, se volteó el cuello y se metió su sombrero para escudar su cara contra el viento que le golpeaba. Al caminar por el sendero hacia donde los soldados estaban fortificando un campo, nadie habría sabido que la figura alta y cubierta era el comandante en jefe del ejército.
Al acercarse al campo, se detuvo para observar a una pequeña compañía de soldados quienes, bajo el mando de un cabo, estaban haciendo una construcción de troncos de árboles. Los hombres estaban batallando con un tronco muy pesado; el cabo, se colocó a un lado impartiendo órdenes.
 
“¡Arriba con él!” gritó. “¡Ahora todos juntos!” Empujen. “¡Arriba, venga arriba!”. Los hombres recogieron nuevas fuerzas. Un gran empuje, todos juntos, y el tronco estaba casi en su lugar, pero era demasiado pesado, y justo antes de alcanzar la parte superior del montón se resbaló y cayó. El cabo gritó otra vez. “¡Arriba con él, ahora!” ¿Qué esperan? “¡Arriba les digo!”.
 
Los hombres batallaron otra vez; el tronco casi llegó a su sitio, pero volvió a resbalar y se vino al suelo. La operación se volvió a repetir, gritos incluidos. Después de ésta, otra lucha más y cuando el tronco estaba a punto de rodar de nuevo, Washington corrió adelante y empujó con todas sus fuerzas y el tronco se acomodó en su lugar. Los hombres sudados y sedientos se empeñaron en darle las gracias, pero él se volvió hacia el cabo.
 
“¿Por qué usted no ayuda a sus hombres con este levantamiento tan difícil, cuando ellos necesitan de otra mano?” le preguntó. “¿Como que por qué?” contestó el hombre. “¡No ve que yo soy el cabo!”. Es verdad – replicó Washington, abriendo su abrigo ampliamente y mostrando su uniforme – “¡yo soy el comandante en jefe!”. La próxima vez que usted tenga un tronco pesado para que sus hombres lo alcen, mándeme llamar.
 
“Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo”
(Gálatas 6:2)
 
(Recopilado por Rebeca Galán)